Un día el pañuelo que descansaba en un cajón de la cómoda se sintió solo, amarillento, envejecido. Durante siglos permaneció dormido entre almidones, abandonado entre la hojarasca del tiempo. Perdido el esplendor y la gloria de su anterior vida, sin ser útil en la actual, se resistía a seguir marchitándose entre los muebles de la vieja casona.
Ya no esperaba la mano amiga que acariciara y admirara la belleza de su fino bordado de plata y oro. Soplaban renovados aires y decidió salir de su encierro. Aprovechó la apertura del cajón y desapareció por la ventana llevado por el ímpetu de su recobrada lozanía.
Cayó en el barro, lo pisaron, rescataron, sirvió a indolentes narices y fue apreciado como paño para enjugar alguna pena. Aprendió a sobrevivir con su recién estrenada dignidad. No sería un pañuelo de usar y tirar como se estilaba en la época actual, de eso estaba seguro.
Y exploró otros universos: se dejó sentir en la caricia del viento; fluir sobre cauces mansos y huracanados; deslizarse por las esquinas del espacio y contemplar el instante mágico de una mirada; bajo el sol, planear rozando las espigas en los trigales, lanzando destellos de oro en una explosión enamorada…
Valentina, todo un canto a la dignidad. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarEnhorabuena Valentina un relato muy original y tierno ....
ResponderEliminarBs