Era el día del padre y yo no estaba. Mientras yo estudiaba en el extranjero, en mi casa, en mi familia, continuaban las tradiciones, las celebraciones, el día a día.
Era una mañana preciosa del mes de marzo a orillas del mar mediterráneo. El azul del cielo, el sonido del mar de fondo. La brisa traía sus primeras pinceladas de primavera. Las Buganvillas empezaban a florecer y sus tonalidades relucían sobre los muros blancos de las casas vecinas. El olor a azahar sobrevolaba en el aire y traía consigo esa magia que anuncia la llegada de días cada vez más largos y calurosos.
Mi padre sonríe. No con una sonrisa de foto fingida, sonríe tranquilo, satisfecho. Es feliz de tener la familia que tiene. La mujer que ama desde hace tantos años. Feliz de vivir en el sitio donde decidió vivir, cerca del mar, en la casa que dispuso sería nuestro hogar.
Él, siempre impecable con su ropa bien conjuntada, su barba bien afeitada. Lleva un jersey de cachemir rojo que le regaló mamá, sus vaqueros Levi´s, sus mocasines castellanos. Y siempre a su lado Pipo, nuestro perro Gos d´Atura, su fiel amigo que nunca se separó de él. Sus ojos redondos y aflorados. Tan expresivos, cariñosos cuando nos miraba, cuando miraba el mar. Sus manos grandes, suaves, con las uñas mordidas. Su piel rojiza, su pelo ondulado oscuro y suave. Nunca hubiéramos imaginado que algún día lo perdería…
Un hombre soñador, con ganas de vivir el día a día. Bueno, cariñoso, que nos daba todo lo que tenía. Que vivió por y para nosotras.
Ese día solo faltaba yo, pero la foto que me mandaron por carta, hacía que me sintiera cerca. Como si hubiera estado allí. Hacía que les sintiera como si no nos separaran miles de kilómetros. Cartas, postales, felicitaciones, anécdotas. Me encantaba recibir todas esas buenas noticias que me hacían saber que me echaban de menos, pero que todo seguía igual. No me estaba perdiendo nada. Nada más que las tradiciones, las celebraciones, el día a día. El día del padre. Momentos con vosotros. Contigo.
Bonita fotografía, entrañable recuerdo y estupendo relato, Cristina.
ResponderEliminarCreo que las personas que hemos vivido en la época del correo ordinario donde la cartas y postales viajaban en tren, barco o avión, hemos sido gente con mucha suerte. Recibir una carta escrita a mano, con las lágrimas emocionadas emborronando alguna palabra, con el beso y el corazón bombeando en el sobre por el último abrazo antes de introducir la carta en el buzón; era una emoción y experiencia únicas. Como tú bien dices las cartas tenían la magia de acercar el día a día acortando cualquier distancia y siempre iban perfumadas de cercanía y amor.
Estoy totalmente de acuerdo con lo que ha dicho Carmen. Y ese tiempo de demora entre lo escrito y lo leído que añadía ganas de saber del otro, de leer cómo le iba, cuánto le echabas de menos. Maravilloso relato y recuerdo, Cristina. Es un gusto que estés aquí.
ResponderEliminarLas cartas tienen el plus del papel con la letra del ser querido...
ResponderEliminarYo guardo un cajón con las de mi madre y sus hermanos.
Bs