La papelera rebosa pelotas amorfas rellenas de intentos frustrados. Estoy por desistir y darme a la tila y al collage. No estaría mal. Medio estirar los arrugados papeles, lanzarlos al aire sobre un contrachapado pintado de negro y encolado para que, al caer, quedasen adheridos. Tal vez marcaría con un número a cada uno de ellos con rotuladores fluorescentes que resaltaran el orden creciente de mis infructuosas tentativas. Escribiría con tiza blanca en cada hueco negro de la madera, tu nombre en mayúsculas, PINKI.
El cuadro Frankenstein contendría fotografías enmarcadas con biseles blancos fruto de rasgar su contorno irregularmente a lo Violeta Monreal. No podría faltar esa en la que nos quedamos dormidos al sol de otoño en la tumbona de la terraza y con la mantita de cuadros rojos que tan bien resaltaba tu pelaje blanco y brillante. Tú en mi regazo rechinando los dientes de puro placer, con una oreja plegada hacia atrás en señal de relax y la otra elevada como un radar autómata siempre alerta por tu condición de presa. Yo, con la baba colgando. ¡Como le gustaba a Irene pillarnos infraganti! Bueno, no puedo negar que sea hija mía. A ambas nos gusta cazar momentos importantes.
Quedará en el negativo del carrete aquella noche en la que me dijiste que volvías a la chistera. Una noche de agradecimientos mutuos e infinita paz. Nuestra noche como un soplo de magia.
... ¡Perdón! Se me fue el santo al cielo…
El collage...sí... A ver, creo que pegaría, también, aquella otra foto en la que estábamos en la cocina. Yo preparaba la ensalada, tú mirabas fijamente el tomate y la zanahoria y pateabas a un tiempo el suelo con las dos patitas de atrás, como Tambor, ("quiero tomate, dame tomate"...)
Eso es, así lo haré, colgaré la composición encima de tu casita de madera. La contemplaré cada día para sonreir, darte las gracias por salir del sombrero de copa, saltar a mi vida y pedir que me perdones por no saber escribir relatos sobre ti ni saber ponerle palabras al amor.
Bonito y emotivo relato que huele a momentos compartidos llenos de placidez y cariño. Y también se advierte el tono triste de una despedida y el intento desde el cariño de un sentido homenaje.
ResponderEliminarSeguro que Pinki no se arrepintió nunca de salir de la chistera.
Qué bien contado, Carmen. Un bonito homenaje
ResponderEliminarMe alucina tu imaginación y originalidad, Carmen. El conejo que salió de la chistera y se ha convertido en su mejor amigo. Si no estuviera la foto, que hace evidente a quién te refieres, estallarías de risa en el último párrafo. Sencillamente genial. Un abrazo.
ResponderEliminarCarmen, tu relato ya lleva impreso la palabra amor. Pinki seguro que te contempla con una sonrisa de agradecimiento.
ResponderEliminarCuanto amor nos dan nuestras mascotas... porque es el lenguaje de los habitantes de esta Tierra... hay que volver a recordarselo a algunos...
ResponderEliminarSuscribo lo dicho en anteriores comentarios. Bs