Intentó recordar el despertar de los domingos con el olor del café humeante, lleno de burbujas de ilusión. Olor a pan churruscado, hecho por su amante, que inundaba toda la casa. No lo consiguió.
Imposible, en su memoria, sentir el jabón esparcido con las manos de ella por su cuerpo.
El virus prohibió los besos, y secuestró las sonrisas tras las mascarillas. Todo sucedió tan deprisa que nadie le dio importancia. Se fue perdiendo el contacto de las manos entre amigos. El paseo de los dedos por la piel amada.
Eso sucedió el primer año. Cuando todos querían olvidar viendo series, películas o payasadas en el móvil. Las noticias anunciaron la vacuna, todo iba a ser como antes.
Después de un tiempo pudo ir sin mascarilla, volvieron las fiestas de cumpleaños, los regalos de Navidad... los encuentros retrasados.
Cuando intentó abrazar a su amigo, ambos se miraron sin saber que hacer. Disimularon y tras brindar con cerveza, se fueron pensando en entender qué pasaba.
En su hogar, frente al espejo, no conseguía trazar la sonrisa que tanto le gustaba a su pareja. Luego, desnudos en la cama; se miraron sin saber que hacer.
En la televisión, delante de ellos; Scarlet O´Hara lloraba.
Qué triste Rafa, espero que el viento también se lleve el desconcierto de los personajes de tu relato y las lágrimas de Scarlet O'Hara.
ResponderEliminarEs un aviso a navegantes... x el Black Friday... jejeje
ResponderEliminarA veces me pregunto cuánto nos costará recuperar la espontaneidad del contacto y de los besos cuando nos quitemos definitivamente la mascarilla, ójala no nos deje demasiados TOCs de secuela
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