Se abrió la puerta del laboratorio
y entró ELLA. Inmediatamente nuestras brújulas ereccionaron atraídas por los
enormes polos magnéticos que se apretaban debajo de su camiseta. Desenvuelta y
sonriente, se acercó a mi mesa con la mano tendida para felicitarme por mis
logros científicos. Me derretí como
un carámbano en verano y el vértigo que
sentí solo me permitió balbucear un ridículo agradecimiento. Os presento a la
nueva becaria, mi hija, dijo el catedrático-jefazo saliendo de su despacho, ¡y
cui-da-di-to!, silabeó amenazándonos con el dedo y volvió a cerrar la puerta.
Que de semejante leño seco brotara ese lozano vástago era pura ciencia ficción,
pero la cosa no admitía juegos, así que nos sumergimos en nuestros ensayos y
ella se quedó sola, abandonada, perpleja, mirándonos trabajar a los cuatro. Durante
la comida, la secretaria nos dijo que sus hermosos ojos se pusieron tristes.
Nos miramos extrañados: ¿ojos? ¿qué ojos?...
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Ja, Ja... todo un clásico del tipo de hombre crápula que solo se fija en (los polos)
ResponderEliminarlo de la erección de las brújulas queda muy sugerente...
en fin , la realidad es lo que es.