La miraba una y otra vez, atónito, sin pestañear, hasta que sus ojos se cerraron con un llanto inconsolable. Allí estaba, era ella, la mujer que un día amó. Algunas personas intentaron alentarle poniendo una mano en su hombro; otras, con esa mirada entre ausente y melancólica, le decían que lo entendían, que había algo insondable en esa extraña belleza que el pintor había captado de forma magistral. Incluso se les humedecieron los ojos del dolor que producía mirarla. De pronto se sintió groseramente observado y con un sonoro resoplido salió de la exposición a la calle. Necesitaba respirar y reposar sus sentimientos, porque toda su aparente estabilidad se había derrumbado al reconocer a la mujer que le había atormentado y arruinado su vida. Él la conocía, no sólo era un cuadro del que pudiera escribir una crítica en el periódico, aunque hubiese llamado tanto la atención del mundo. De un mundo que lloraba al contemplarla…
Y seguía persiguiéndolo…
Bonito relato, amiga Valentina. así somos los humanos vemos belleza incluso den aquello que nos puede hacer daño, como la mujer del personaje. Un placer verte recuperada y leerte..
ResponderEliminarabrazos
antonio