¡Buenos días Gordichi¡ No, no hables, le rogó queriendo que guardase para luego la libertad que conservaba gracias a la voz. Sólo quería que escuchase su lectura intentando ignorar el ronroneo intermitente del respirador artificial. Aquella mañana viajarían hasta la Provenza. Era verano y florecía la lavanda tiñendo de violeta sus campos. A ella, a quien Flor llamaba la niña de los colores, seguro que le gustaría. Una brisa fresca mecía el atrapasueños que colgaba de la lámpara del techo y recogía otros viajes. Flor les concedió quince minutos, ni uno más. Debía hacer sus ejercicios y ser aseada. Dio al lector un vaso de agua y se sentó también junto al hada que siempre acompañaba y sonreía los acentos de su compañero.
Y viajaron, muchos años atrás, hasta el pequeño enclave de Vauclause, en el sur de los Alpes donde Elzéar Bouffier, cabrero y campesino, con una paciente y desinteresada labor, plantó miles y miles de árboles hasta convertir parajes sórdidos y abandonados en un vergel. Luego, y después de agradecer el cuento de Jean Giono, la paz invadió el cuerpo empequeñecido de Nieves y juntas volvieron al mar.
"el ronroneo intermitente del respirador artificial" soy usuario del 2006 y nunca paré atención a su ronroneo, peco de sordera. FELICES FIESTAS Julian de Josep
ResponderEliminarFelices fiestas Josep. Imagino que Nieves tampoco prestaba gran atención a esa máquina o al menos no se quejaba. de hecho sus quejas eran sobre todo pensando en quienes, a diferencia de ella, no disponían de la ayuda, de la asistencia que ella si tuvo hasta el final. ¿El final? No, creo que sigue entre nosotros, en las orillas del mar donde, creo, dejaron sus cenizas
ResponderEliminarTodo un respiro de aire fresco. Me ha encantado tu relato. Gracias!!
ResponderEliminarMe gusta la libertad que conservaba gracias a la voz, y lo mismo se puede decir de nuestra imaginación, porque nos hace libre, tal y como dice S, Hawking. Bello relato y gracias por escribir.
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