Dorian estaba más enfadado que desconcertado al verse sentado en el banquillo de los acusados.
Escuchaba las acusaciones del fiscal y los argumentos de su abogado defensor, pero el magistrado mantenía su expresión dura e incrédula, a pesar del exquisito relato que pareciera extraído de alguna obra maestra expuesto por el abogado que no neutralizaba la narración de terror del fiscal.
Cuando le llevaban al juzgado, vislumbró su reflejo en una ventana y no solo no se reconoció, sino que se horrorizó al ver el ser deforme e inmundo que la ventana le devolvía.
Pobre Dorian, su retrato conservaba impoluta la inverosímil belleza que poseía la tarde que lo pintaron, mientras su cuerpo reflejaba las cicatrices, las deformidades y los fluídos purulentos de todas las fechorías que había perpetrado. Era todo lo contrario a lo pactado con el diablo en el contrato de compra-venta de su alma. Le había estafado, pero ¿a quién se le ocurre fiarse de un diablo?
Pues eso, Belén, a quién se le ocurre? Nunca salen bien, aunque al principio brille su engaño. Un placer leerte, amiga
ResponderEliminarHace mucho leí el fausto de Goethe. Me acuerdo de bastante poco pero lo que sí recuerdo es haberme cuestionado si yo pactaría con el diablo según qué cosas.
ResponderEliminarLeyendo tu relato se me disipan las dudas.
Teniendo tantos cirujanos plasticos por el mundo... Hasta me da pena el pobre diablo en la cola del paro...
ResponderEliminarBs