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domingo, 3 de abril de 2022

02. Recuerdos. Cristina Ramírez Arteaga

Era una noche de verano. Me desperté de repente bañada en sudor y el silencio de la casa hizo que me levantara de la cama. Mi marido y mis hijas dormían. Abrí las ventanas de par en par y el frescor de la noche mezclado con el olor de los jazmines y el cantar de los grillos me hicieron cerrar los ojos y sonreír. Ese instante me recordó a mi juventud, a la casa donde pasé los mejores veranos de mi vida. Me acosté y cuando abrí los ojos, estaba en casa de mis padres, en mi cuarto. Me levanté corriendo de la cama fui a la cocina y allí estaban, preparando el desayuno. Entonces mi padre me vio y me preguntó si había dormido bien. Me dijo que el desayuno estaba listo y que si quería un zumo de naranja recién exprimido. Aturdida y sin entender lo que estaba pasando fui hacia la terraza y ahí estaban mis padres, sentados en nuestra mesa de teka, con el mantel de lino beige que compramos en Altea, con la vajilla de mamá que tanto me gustaba y en el centro de la mesa una fuente de barro llena de nísperos. Cogí un níspero y cerré los ojos para saborearlo. 

 

Cuando abrí los ojos mi hermana dormía a mi lado, tendría 4 o 5 años. Me levanté rápidamente, estaba en la casa de mis abuelos. Esas sábanas de círculos y cuadrados en tonos limas. Los cabeceros verdes suculenta y la colcha que tanto me gustaba verde musgo. ¡Había aterrizado en los años 80! Me quedé sentada en la cama sin entender que me estaba sucediendo… Mi abuela entró de repente con sus rulos en la cabeza y nos dio los buenos días. Nos dijo que la gallina había puesto huevos y que teníamos que ir a verlo. Más feliz que extrañada salí corriendo y allí estaba la huevera de cerámica con forma de gallina, de la que mi abuela nos hacía creer que salían huevos por arte de magia. Me fui a la terraza y me senté en una de las butacas pensando en que es lo que estaba ocurriendo. De repente oí a lo lejos al afilador y el sonido de su armónica y… entonces me di cuenta que los recuerdos me estaban haciendo viajar en el tiempo. 

 

¿Serían viajes en el tiempo o serían mis recuerdos viajando en sueños…?

 

Con el sonido de la armónica todavía en mi mente, apreté muy muy fuerte los puños y deseé, no se por qué, estar en la boda de mis padres. Así es como de repente vi a mis padres con sus trajes de novios. Recordé la frase que siempre rememoraban cuando hablaban de su boda, - parecíamos dos niños haciendo la comunión… Cortaban la tarta de limón de Embassy que habían decorado con limones helados y pingüinos alrededor. Emanaban felicidad, juventud, despreocupación, libertad. Un camarero me dio uno de esos limones helados y los recuerdos volvieron a aflorar. Volví a cerrar los ojos y a apretar los puños con fuerza…

 

Estaba claro. Aparecí en el puerto de El Campello con mis padres y mi hermana, con mis tíos y mis primos. El camarero nos preguntaba que queríamos de postre y las respuestas sonaban al unísono entre los niños y algún adulto. Limón helado y tarta comtessa. Olía a pescado frito, a sardina, a puerto. A verano. Rodeados de gatos comiendo los restos de otras mesas. Las olas, las maderas del pantalán chocaban unas con otras. Risas, chistes, secretos, aventuras, planes. Una noche de verano. 

4 comentarios:

  1. Aunque hay quien piensa que no hay que volver al lugar donde se fué feliz, yo creo que volver al tiempo donde hemos sido dichosos es un derecho que nos hace libres siempre y cuando no nos abduzca la nostalgia. Bonito viaje al pasado el tuyo, Cristina. Un saludo

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  2. Estoy totalmente de acuerdo con Carmen. Los recuerdos conllevan emociones y los buenos siempre merecen la pena. ¡A revivir! Un abrazo.

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  3. Estar en otro lugar, si es de esta manera, merece mucho la pena.

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  4. Me ha encantado tu viaje al pasado, desprende mucha felicidad y ternura.

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