Cierra los ojos. A veces sólo así vemos mejor. El niño obedeció porque más que una orden, sabía que su abuelo le estaba invitando a un nuevo viaje. Pero debía darse prisa con las campanadas del último día del año.
Comenzó a gemir el reloj con su manera algo ramplona pero contundente. El niño comenzó a desear. No hay orden le pareció oír a una vocecita en su cabeza. Sólo piensa, siguió escuchando, puedes formular hasta doce deseos.
Con la primera uva pidió que siguiera soñando que así no sería viejo nunca. Fue el único deseo para él. Luego pidió que las tortugas ni los delfines se enredaran en el plástico y que los océanos fueran libres de esas ataduras. Que Germán, su mejor amigo, encontrara a su madre al menos en el paisaje de las nubes donde vivía desde el último verano. Su quinto deseo fue que en los contenedores de basura nadie rastreara comida con hierros o alambres. Que las banderas y todas las lenguas fueran una, reiteró el deseo de su padre que la Naturaleza fuese dios.
Quedaban tres deseos y pidió que cualquier persona fuera libre de desear. Que todas cumplieran al menos unos de sus sueños y, por último, que Marga, redonda y risueña siguiera alegrándole de vuelta a casa.
Delicioso, Julíán. Bonito cuento de Navidad. Nadie más que uno mismo puede hacer posible sus deseos, porque nadie más que uno puede desearlos. Un placer tenerte por aquí y leerte. Un abrazo y feliz Navidad.
ResponderEliminarLos famosos deseos de las doce campanadas. Tema complicado para escribir un microrrelato que se aleje de los lugares comunes. Porque todos los deseos de las personas se basan en salud física y mental, amor, dinero suficiente para vivir, paz, libertad, los grandes anhelos y necesidades del ser humano. Me ha gustado el cuento y creo que su principal valor es la emotividad. Nos llega al corazón. Su error es que adolece de cierto tono meloso. Los deseos asociados a cada uva y a cada campanada pienso que podrían ser más insólitos y singulares y desarrollarse con más detalle. También hay que eludir el sentimentalismo
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