Llevaba pocas horas a la deriva y mucho susto en el cuerpo cuando el mar me señaló una estela azul brillante. Aún no sé cómo, la alcancé y llevó mi barco a buen puerto.
Todo empezó por mi empeño en ir a ver una familia de orcas recién avistada. Era fascinante observar cómo los adultos enseñaban y protegían a su hijo. Las seguí durante días disfrutando de mi privilegiada soledad en su compañía hasta que tomaron mi embarcación por un animal torpe, ideal para enseñar a su cría cómo inmovilizarlo y no pasar hambre, mordiéndole la cola. Así se comieron el timón y me dejaron a la deriva.
En fin, nadie es perfecto.
Octubre está de enhorabuena en el blog de Adela. Otro bello nombre, tanto que bien una orca podría llamarse así. Me felicito porque, hasta ahora, casi se diría que abundan las colaboraciones y hasta los comentarios abundan. Tratándose de tan bellos cetáceos, ¡ojalá que no sea este el único que merezcan!
ResponderEliminar¡Qué suerte avistar orcas y poder seguirlas! Pero convertirte en su juguete.... no tanto. Lo importante de cualquier experiencia es saber contarla y hacer que los demás disfruten con ella. Gracias, Belén.
ResponderEliminarY no te bañaste con ellas? Claro el agua estaba muy fría...
ResponderEliminarQué lindas las orcas en familia ¿Verdad?
ResponderEliminar¿Qué tal se te da nadar?