Yo cuido de un
pequeño huerto en mi jardín. Nada de extraordinario: cinco tomateras,
tres calabacines, dos pepinos y unas lechugas. No es que me apasione la
agricultura, pero comerme una ensalada cuidada por mí, no solo tiene un
sabor del siglo pasado, cuando las cosas de las huertas venían
directamente del productor, sino que me ayuda a mantenerme en forma.
Lo
que no podía sospechar era que las verduras hablaran, pero un día
mientras las regaba y ante mi sorpresa, las cuatro hortalizas se
pusieron a cantarme el cumpleaños feliz como si fuesen el orfeón
donostiarra. Casi me caigo de culo al escucharlas, y cuando a
continuación entré en su juego de responderles y preguntarles cómo
habían adivinado mi onomástica, una de ellas, la lechuga más grande, me
dijo: “ ¡pero, en qué mundo vives!, ¿acaso no tienes Facebook donde te
anuncian los cumpleaños de todos los seres vivos?”
No
voy a relatar aquí nuestra conversación posterior, por si alguno le da
por encerrarme, pero desde entonces cuando me como un tomate, un
calabacín o una lechuga, lo hago con mucho respeto y les prometo que
seguiré cuidando que nuestro planeta no cambie de color.
Es que Facebook tiene un peligro...
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