"Les voy a contar una breve historia de un fuerte y valiente
roble que luchó hasta el final y que nunca perdió su humor, su carácter y sus
ganas de seguir viviendo.
Había una vez un roble grande, fuerte y valiente, con dos
grandes raíces sujetas al suelo y dos grandes ramas que abrazaban y daban
sombra y cobijo al resto de árboles, arbustos y seres vivos, todos ellos eran
su familia. Era un roble muy especial pues siempre ayudaba y pensaba en los
demás antes que en él. Tenía una vida
muy humilde, intentando todos los días proteger y mantener a los que
eran su familia bajo su gran sombra y disfrutando
todo lo que podía junto a ellos.
Un día cuando mejor estaba en su vida para continuar
disfrutando de sus seres queridos, después de una larga vida trabajando, se
puso enfermo. No sabían que le pasaba
pues se había debilitado mucho y había perdido fuerza. El roble al principio
sacó su fuerza que le caracterizaba y lucho contra viento y marea, pero pronto
se daría cuenta de que estaba sentenciado ya que no podría hacer mucho más de
lo que hacía, así que comenzó una contrarreloj junto a su familia que siempre
le apoyaban y le ayudaban en el camino de su enfermedad.
Unos días el roble se veía con más fuerza pero otros veía
como se iba apagando. Pronto empezó a sentir debilidad para poder absorber el
alimento que día a día necesitaba para sus raíces, tronco y ramas, no tardó en
tener que buscar otra vía por la que suministrarse su alimento. A pesar de ello
el roble continuaba fuerte y luchando por conseguir algún camino de salida,
pero no se terminaba de recuperar de alguna recaída cuando venía otra, lo
siguiente que le pasó fue que perdió fuerza en sus grandes ramas y vio como
poco a poco dejó de poder sostener al resto de árboles ya que sus ramas se
debilitaban y caían dejando de poder dar sombra, necesitó la ayuda del resto de
árboles para poder continuar haciendo sus funciones. Había días que se enfadaba
y sacudía sus grandes ramas como podía al ver con impotencia que no podía hacer
ya muchas cosas de las que antes hacía, lo que le llevaba poco a poco a la
resignación y a la adaptación de las
nuevas situaciones, pensaba;
“todavía me queda mis dos grandes raíces enraizadas en el suelo”, pero
iba a ser por poco tiempo ya que entraba en otra fase en la que empezarían a
debilitarse sus grandes raíces y necesitaría de otro sustento para sujetarse y
no caer. Como siempre entre todos le ayudaron para poder sostenerse y para que
el roble se sintiera más confortable.
Con el paso del tiempo los ánimos del roble, a pesar de todo
el apoyo y cariño que tenía de los demás, fueron reduciéndose ante la
imposibilidad de poder hacer nada y de encontrarse paralizado y cada vez
peor.
Todavía le quedaba lo peor pues llegó un momento en el que
ya casi no podía respirar ya que al encontrarse tan débil todas sus ramas y
raíces no podían hacer las funciones al 100% de coger la oxigenación, por lo
que hubo que crear un invento para poder hacerle llegar el oxígeno de forma
artificial, aunque era algo provisional pues también tenía una durabilidad
limitada y llegaría un momento en que no podría aguantar.
El roble cansado ya de tanto luchar y de ver en su entorno
el sufrimiento de los suyos optó por decidir que ya era hora de marchar no sin
antes reivindicar por una vida libre y digna a decidir por uno mismo sobre cómo abandonar la vida terrenal.
Gracias a la ayuda, como siempre, de su familia y amigos consiguió que su
historia se difundiera por todos los
vientos y aunque no consiguió ver hecho realidad su deseo de poder irse
libremente cuando a él le hubiera gustado, sí pudo agradecer a todos la ayuda
que le habían estado dando durante esos años y pudo despedirse de todos sus
seres queridos.
Tras mucha meditación y mucho coraje, fuerza y valentía el
roble decidió dejar de sufrir y una mañana de primavera soleada lo dispuso todo
y rodeado de sus seres queridos se dejó ir en paz, con esa entereza y templanza
que le caracterizaban haciendo un último acto de voluntad que fue dejar su
hermoso y robusto tronco en manos de los más sabios para que pudieran
aprovecharlo de la mejor manera posible para ayudar a otros.
Así es como el señor roble se marchó dejando su espacio
terrenal con una huella inolvidable marcada por sus grandes raíces y enseñando
que la vida hay que vivirla, hay que disfrutarla día a día y agradecerla por
todo".
En memoria de Rafael García Fernández, enfermo de ELA, que
luchó hasta el final como un gran roble. 02/11/1950 al
†04/04/2019.DEP. Autora: Cristina
García Lázaro (hija de Rafael) TQM
Gracias, Cristina, por compartir tu relato con nosotros. Gracias por darnos a conocer a tu padre, ese roble sabio y fuerte. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarBonito homenaje, Cristina.
ResponderEliminarComo tú, yo tengo otro roble fuerte con el mismo veneno en su savia.
Un abrazo y mucho ánimo
Muchas gracias Rosa.
EliminarMuchas gracias Alicia. Mucho ánimo y fuerza también para ti.
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