De nuevo me encontraba allí frente a él, hipnotizada por esa imagen. Concretamente por esos ojos color azul claro pero intenso, por ese rostro tan perfectamente proporcional, de labios carnosos y vista frontal, de la que era incapaz de apartar mi mirada cada vez que se cruzaba por casualidad con la suya. Aquél era un retrato que me transportaba a esa parte del mundo donde se encontraba ese muchacho, o mejor dicho ese Dios al que yo le rendiría culto todos los días.
Otra vez me había quedado pasmada, mirándolo fijamente e imaginándome a su lado; fantaseando e inventándome historias vividas junto a él. Por supuesto, me gustaba imaginar historias de amor, de las que nosotros dos éramos los protagonistas. Pero no dejaban de ser eso, fantasías que jamás se harían realidad, porque era imposible que nuestras vidas se cruzaran y que el destino las uniera para siempre, tal y como pasaba en las historias de mi mundo fantástico.
De repente noté una mano que se posaba sobre mis hombros, y mi imaginación se puso a trabajar al instante, sentí un leve cosquilleo en el estómago pensando que sería el hombre de mis sueños quien se encontraba detrás de mí.
Ay Brad Pitt en sueños... no está mal. Yo sueño con Nicole Kidman, pero todavía no he sentido su mano en el hombro.
ResponderEliminarUn saludo
La fantasía nos hace sentirnos libres y poderosos. De la fantasía a la realidad, a veces, tan solo hay un paso: es una cuestión de perseverar. Bonito relato, Andrea
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