A pesar de que amaba la vida por encima de todo, un día de invierno se fue para siempre. No tuve consuelo del exterior y sus cosas, sus ropas, su perfume acamparon por toda la casa tal y como las dejó, como esperando su vuelta.
Los años pasaron y sus pertenencias desaparecieron de mi entorno; tan solo quedó su imagen en mi mente y el retrato que le hice pocos meses antes de su marcha. Ella permanece joven en esos vivos colores al óleo. Me mira con su eterna sonrisa que inunda mi ser. No acierto a comprender por qué yo envejezco y ella no.
Me ha emocionado Antonio. Que bien describes el amargo paso del tiempo ante la pérdida que, a veces, no parece real. Un beso
ResponderEliminarCuánto amor, Antonio...
ResponderEliminarQuerido amigo: tampoco yo acierto a comprender eso, ni otras muchas cosas.
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