Tras calzarse en el pasillo, ya a punto de salir de casa, se fijó en el retrato. Hacía tiempo que no le prestaba atención; las cosas habituales, integradas en el decorado de la rutina, pierden, en cierto modo, su existencia. Era paradójico que, precisamente hoy, se fijara en la foto de la boda. La cogió, observó su sonrisa ante la cámara y recordó que no salió espontánea; días después, junto al fotógrafo, rechazaron otras tres por su seriedad, ¿no se suponía que era un día lleno de felicidad? Ahora era consciente de que, quizás, algo presentía. Escuchó el despertador, el sonido venía de la habitación de invitados, él llevaba un año y tres meses durmiendo allí. Dejó la foto de cara a la pared y salió de casa, prefería no cruzarse con él hasta llegar al juzgado.
Cuando se ajustaba la corbata en el espejo del pasillo le extrañó ver el reverso del marco. Al darle la vuelta se detuvo a mirarlo, le vino a la memoria el peso del traje de pingüino, y el peso de su vida desde entonces. Ahora veía una señal que no supieron interpretar en la nevada del día siguiente, fueron días fríos que precedieron a un temporal mayor. Miró el reloj, tendría que darse prisa, hoy arreglarían aquel error.