La amaba tan decididamente que cuando se decidió a expresar su emoción corrió hacia ella dispuesto a socorrerla pues, estando tan cerca del borde del acantilado, temió que pudiera despeñarse. Aunque la imaginaba la más hermosa de las gaviotas ella no sabía volar. Y a punto estuvo de hacerlo él porque resbaló en unos helechos caídos y quedó medio colgando de la pared que el mar venía puliendo desde siglos en esa pugna inquietante entre los dos colosos de tierra y agua.
Tuvo que ser ella quien le auxiliara y ya a salvo, de rodillas, se rieron. ¿Qué pretendías? le preguntó la muchacha, maestra en un pueblo de pescadores. Muchas cosas, balbuceó él, profesor en la misma escuela. ¿Y podría saberlas si no es molestia?, le preguntó entonces con una picardía entre dulce y ansiosa.
Volar contigo. ¿Volar? No pudo decir nada más. Sí, porque eres el ave más bella de esta parte del mundo y después de conocerte ya no necesito más lugares donde aprender y enseñar las letras y los números. Porque quiero ser la envidia del océano siempre que te vea entre mis brazos.
Pero sólo lo pensó. La besó y en el gesto estaban todos los versos de amor que en el mundo había. Le sonrió y ella le besó entonces, cómodos en la hierba donde ya no estaban los helechos.
Cupido se los llevó.
Me gusta muchísimo el juego que haces entre palabras e imágenes. Es un placer leerte.
ResponderEliminarEn fin, Julián, sin palabras. Me dejas con una sonrisa enorme y feliz. Sólo puedo darte las gracias.
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