De mi abuelo heredé un pequeño castillo en Escocia. Lo tenía todo: dos caballerizas, más goteras que tejas y un acantilado en el que rugía el mar día y noche. También tenía una fantasma que jugueteaba alegremente con las corrientes de aire. Confieso que, al principio, me asustó pero, un día, entablamos conversación y, al poco tiempo, estábamos enamorados como dos colegiales. Sin embargo, la imposibilidad de contacto nos atormentaba, ¿cómo besar a un fantasma?, ¿cómo abrazar a una nube? Hasta que, un día, en un escaparate de la ciudad, encontré la solución. Pedí un catálogo y, juntos, decidimos la forma de su cuerpo. Corrí a la tienda, volví a casa, abrí la válvula y se metió dentro. Desde ese día somos enteramente felices. Ya podemos besarnos, acariciarnos, galopar e, incluso, nadar, porque no sé si saben, lo bien que flotan las muñecas hinchables.
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Nada se te resiste, amiga, lo que sea un problema le buscas una solución, que imaginación enamorarse de un fantasma, pero de verdad! Un abrazo
ResponderEliminarMuy bueno, Rosa. Hay que tener recursos para romper barreras ;)
ResponderEliminarSencillamente genial la solución encontrada. Sin duda para eso se inventaron las muñecas hinchables!) Un beso grande.
ResponderEliminarSiempre digo que las meigas no existen; pero haberlas haylas... nadie me cree.
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