Sara reconoció los síntomas gracias a las antiguas historias de su abuelo sobre el amor: la sensación rara en el estómago y el latido loco que la obligaban a moverse aleatoriamente en todas direcciones cuando se iban a encontrar; esa complicidad que hacía que las palabras y las risas salieran solas y que les permitía sentirse parte de algo único; la inevitable forma de cerrar los ojos al besarle, de apretarse fuerte al abrazarle, de deslizar las manos por su piel, de besar despacio, o de besar con prisa…
Cuando se lo explicó a Miguel buscaron casos similares y encontraron aquella asociación clandestina donde les desvelaron el misterio: En una sociedad que podía garantizar la continuidad de la especie con métodos biotecnológicos, los poderes económicos pensaron que la gente enamorada era menos productiva. Con un agente tóxico manipularon genéticamente a la población sin que se percibiera y eliminaron la oxitocina de la especie humana. Sin embargo, últimamente, se estaban dando casos como el suyo. Todo apuntaba a una mutación espontánea que devolvía las cosas a su antigua normalidad. La naturaleza se imponía.
Esa noche, tumbados en su escondite, intuían ilusionados que debajo del índice de Miguel, que en ese momento bordeaba lentamente el ombligo de Sara, ya se había trasmitido el gen mutado.
Uy, yo también he sentido cosquillitas en el estómago. Espero que nunca se haga realidad. Estupendo relato, Alicia. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarEstos gobiernos... parece que al dedicarse a la política son ellos los que pierden la oxitocina...
ResponderEliminarEsperemos que algún día muten...
Bs