Cuando era joven me enamoré de una sirena que solía aparecer en el río Elba. Era tan bella que todo aquel que tenía la suerte de observarla se quedaba prendado e hipnotizado; como si no hubiera una criatura tan hermosa sobre la tierra.
Una vez me vio galopando por las riveras del rio: creo que le gusté. Empezamos a vernos y disfrutábamos de nuestras correrías: ella nadando como un veloz delfín contra corriente, y yo persiguiéndola por las riberas del rio como si fuera una pura sangre de carreras.
Sin embargo, éramos tan diferentes que, nuestro idilio no fue comprendido, y todo fueron problemas. Estaba claro que no podíamos vivir en dos ambientes tan diferentes como el agua y la tierra, pero teníamos todo el tiempo del mundo para gozar de nuestro amor, sin importarnos los comentarios de la gente.
Un día, no obstante, los habitantes del lugar con sus vetustas leyes, sacaron una proclama impidiendo relaciones que no fueran entre hombre y mujer, como si el resto de los seres no existiéramos.
A ella la capturaron y la enviaron al Nilo y a mí me advirtieron que los centauros no podrían tener ese tipo de relaciones. ¡Antiguos!
¡Qué bueno, Antonio! Buena forma de empezar la mañana con tu relato. Me ha encantado y sorprendido el final ;)
ResponderEliminarAntonio de Centauro galopando con la melena al viento por los mares del mundo...jijiji
ResponderEliminarNo he podido con la tentación de recordar el chiste de los marineros gallegos y la sirena... Sorry
Siempre es un placer leerte, Antonio. Por lo que me río y por lo que aprendo: no sabía que las sirenas no podíamos relacionarnos con centauros ¡qué disgusto!
ResponderEliminarAy, Rosa, para mí también es un tremendo disgusto, con lo que me gustan los centauros!! Me ha encantado Antonio, un abrazo.
ResponderEliminarMe ha divertido mucho tu relato Antonio. Una pena que sean tan incomprendidos los centauros y las sirenas. Un beso grande.
ResponderEliminar