Sólo tres objetos conservaba de su pasado.
El primero, ese calcetín desparejado. Algunas veces lo cogía para apretarlo fuerte y sentir todo lo que había ganado gracias a él.
Todo estuvo programado, llevaba mucho tiempo hastiada, se había dado cuenta de que no dirigía su vida, no decidía dónde ir, qué camino tomar, ni el ritmo para avanzar. La fama no la permitía, siquiera, decidir cómo vestirse o qué amistades tener. Todo el mundo creía conocerla mejor que ella misma y todos contaban su historia, sin permitirle nunca salirse del guión.
Urdió el plan. Sólo su abuela conocía su secreto; sin su complicidad no hubiera encontrado el valor necesario para llevarlo a cabo.
Una tarde abandonó en el bosque uno de sus calcetines rojos y, unos metros más allá, la cesta, desparramando su contenido. Y desapareció. Ahora, era dueña de su vida.
El segundo objeto era el que, según el plan, tenía previsto abandonar, pero la fuerte tormenta de ese día la obligó a improvisar con el calcetín para protegerse con aquella caperuza roja.
Y el tercero, un recorte de la prensa local que su abuela la envió después del funeral y que le gustaba releer:
“NUEVO ATAQUE DEL LOBO. ESTA VEZ SU APETITO VORAZ NO HA DEJADO NI LOS HUESOS”.
Me ha encantado tu versión del cuento, Alicia.
ResponderEliminar¡Eso es desaparecer, qué lista, sin dejar ni rastro! Y el pobre lobo se lleva la fama pero se queda con el estómago vacío. Si es que no hay nada mejor que una libertad con inteligencia, nada nada mejor.... Un placer leerte, Alicia.
ResponderEliminar