En el Norte vivía un ser solitario aunque sus vecinos más próximos no contaban la yegua que llamaba Luna y cuyos relinchos entendía, ni Úrsula, una lechuza de pecho blanco y estrellas compañera de las noches cuando espantaba a los ratones de los cuentos que narraba a los robles, tejos, hayas y avellanos. Y había una comadreja de nombre Rita de modo que todos esos nombres probaban para algunos su soledad y lo situaban en las vísperas de la locura.
Cuando conocimos su existencia, no se sabía si una mujer o un hombre como si ese detalle fuera importante, nos conjuramos en alcanzar la majada donde había construido su cabaña. Muy cerca ya, el cansancio aconsejó relajarse en una laguna de agua cristalina que no aparecía en los mapas. De pronto, alguien mostró un cartel olvidado entre helechos y su terrible advertencia: "No se bañen y disculpen pero no sabía dónde dejar mi colección de pirañas". Firmaba el ser solitario. Hubiéramos reído de buena gana si no fuera porque Marcos, sentado en la orilla y hundido en las tinieblas del sueño y los pies en el agua, los descubrió con sus dedos mondos y lirondos. Era como si el agua le hiciera cosquillas, dijo.
Despierto de la cabezadita del mediodía, palpo, siento mis piernas. Nuestro viaje sigue en pie. Vinimos a ser felices, no debemos despistarnos pero me aseguraré de que no haya pirañasentre los peces que habitan las lagunas de nuestro camino.
Me encanta leerte, Julián. Tu sensibilidad late en todo lo que escribes, además de las imágenes que plasmas. Un honor tenerte. Disfruta del verano.
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