Cuidado con los árboles. Parece
que no se mueven, que resisten estoicamente el embate de las borrascas, el
fuego del sol en la canícula. Su elasticidad les inmuniza de los vientos fríos
del norte que los retuercen y doblan como plastilina y, pese a todo, crecen firmes,
estables, alternando sombra fresca, jugosos frutos y una gruesa corteza que les
aísla del invierno. Pero lo que no vemos es su maravilloso mundo interior. Sus raíces
son capaces de saborear kilómetros de suelo, de aprender lo indecible mientras leen
las profundidades de las montañas, de los valles, mientras beben en caudalosos
ríos. Y todo ello sin ser visto, mostrándonos tan sólo un tronco inmóvil.
A los diez años me propuse aprender
a vivir como un árbol. Durante el largo tiempo que duró mi enfermedad aprendí,
del roble del jardín, a convertir mi imaginación en raíces con las que atravesar
kilómetros de libros, de atlas, y a valorar, con infinita paciencia, las primaveras
y los otoños de mis hojas escritas.
Delicioso.
ResponderEliminarAhora eres un roble que da cobijo con sus multiples ramas y frondosas hojas de microrelatos... jejeje
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