Cuando leí el cartel en la tienda
de muebles, me paré en seco. ¡Qué buena
idea! Un armario a medida. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Ilusionado, entré, discutí medidas,
materiales, colores y precio, y salí rebosante de felicidad.
A los pocos días indiqué a los
operarios el rincón de la habitación de matrimonio en el que quería que
lo instalaran. Cuando acabaron, sonreí satisfecho. Quedaba perfecto, integrado,
como si hubiera estado allí desde siempre. Pero Laura, nerviosa, no paraba de gritar que
estaba loco, de preguntar el porqué, el para qué, mientras yo intentaba desesperadamente
que me entendiera, que se diera cuenta
de cuánto lo necesitaba y, sobre todo, que se pusiera en mi lugar porque, al
fin y al cabo, quien se pasaba horas y horas escondido dentro, doblado como un
jersey, cuando su marido se presentaba por sorpresa, era yo.
ja, ja.. buenísimo. Me recuerda una vez cuando...
ResponderEliminarme ha gustado el relato, practico y fantasioso
ResponderEliminarTienes que decirme donde está esa tienda... es para un amigo claro.
ResponderEliminarUn abrazo otoñal
Muy bueno, nadie mejor que uno mismo para saber cuales son las necesidades propias. abrazos
ResponderEliminarQue bueno, me ha dejado la sonrisa durante un buen rato
ResponderEliminarJajaja, espectacular!
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