Conocí a Pilar hará unos cinco años en una excursión de la Asociación. Fui el último en subir al autobús y me senté junto a ella en el único asiento que quedaba libre. Nos saludamos y comenzamos hablar sin parar, desnudando nuestras almas de tal manera, que al llegar a nuestro destino sentíamos que ya éramos viejos amigos y que nuestras sensibilidades se habían unido para siempre. Fue un encuentro singular, como si el destino hubiera manipulado los hilos de la vida para que se diera aquel “casual” encuentro.
Ahora ella se marchó dejando ese recuerdo imborrable del tiempo que duró nuestra amistad en este mundo y pasan por mi mente todas las imágenes relevantes de los momentos que compartimos, como los de las sesiones de yoga de cada martes…
Tengo la sensación que su marcha es como una transformación y que en realidad mi amiga sigue existiendo de forma invisible.
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