Empezamos agosto, ese mes fabricado con tiempo libre y viajes, con lecturas y escrituras aparcadas hasta que llegan los días largos de siestas intensas. El tema de este mes es: en el desierto fresquito... todo un reto a la imaginación, una contrariedad que nos obligará a ver iceberg entre las dunas, a congelar los rayos de sol para enfriar un afrodisíaco zumo de papaya. Ya sabéis que la imaginación no tiene límites y, como un agujero negro, debe engullir y convertir en energía todo lo que encuentre a su paso.
Aquí os dejo mi propuesta para este mes, las peripecias de un pobre abogado que, sudoroso y agobiado, cruza un desierto para recibir un jarro de agua fría.
Últimas voluntades
Yo, que odio viajar, debo
entregar las últimas voluntades de mi cliente, un bromista empedernido recién
fallecido, a su mejor amigo. Voy en autobús, en
plena canícula, ahogado en el charco del asiento, sin poder conciliar el
sueño, agitado por laberintos de curvas y cerros
montuosos. A veces este trabajo te condena por no sé qué suerte de veredictos o triquiñuelas inmerecidas. Llego de madrugada, estiro mi esqueleto,
despego mis zapatos del asfalto. ¡Cómo añoro mi bufete! Pregunto y entro, derretido, en un patio que parece un yacimiento romano, donde un hombre esculpe con furia. Saludo, agarro el
botijo y, sin jerga ni rodeos jurídicos, le entrego el sobre. Sus movimientos
provocan mi lástima, pero se vuelve, me mira con picardía y lee: “te lego el
placer de ver a mi abogado viajar a los confines del desierto. Lo conseguí. ¡Gané
la apuesta!” Y escucho, impasible, su irritante carcajada.
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