Por más años de convivencia que hubieran transcurrido, las discusiones no habían hecho más que aumentar y siempre acababan en el rojo desierto de la ira.
Ahí no se ve ni se siente nada, absolutamente nada más que el calor abrasador del furor. Ni los párpados hacen lágrimas, ni la nariz segrega mocos, ni la boca puede salivar.
Es el desierto absoluto y la lucidez está tan aplastada como el resto del cuerpo, aunque cuando alcanza una brizna de razón, salen las lágrimas, los mocos, la saliva y un chorro de gritos que señalan el horizonte y alivian el calor abrasador.
La travesía no ha terminado, pero ahora el desierto está fresquito y es más fácil avanzar.
La vida es como un viaje largo lleno de momentos. Dibujas una travesía muy intensa y me gusta como resuelves el final. Un beso, Belén,
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