La canción del mar me mecía apaciblemente hasta que entró la percusión que se adivinaba en el horizonte. Desapareció la armonía y solo quedó el fragor de las fauces de las olas, abiertas de par en par, que me devoraron.
El mar me acogió con mano firme y madero sólido. Mientras derivaba por sus aguas, yo trataba de situarme pero necesitando algún punto fijo y no encontrándolo, fracasé estrepitosamente.
Un amanecer me sacó del embotamiento azul. Alineé cerebro, espíritu y vísceras, así logré arribar al refugio revelado por la pequeña luz de la mañana. Sin barco, sin carga y sin tripulación, pero con la contundencia de una buena alineación para encontrar mi propio puerto.
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