Al fondo de la calle y en el horizonte se dibuja un arco iris espectacular y un telón de nubarrones negros que no presagian nada bueno.
El sonido de las contraventanas de madera al cerrarse, apresura el paso de los pocos habitantes del poblado que van desapareciendo del barrizal.
Un perro esquelético se enfrenta a una aulaga enorme, que intenta tragárselo, su ladrido es muy agudo.
Cuesta despegar las botas del lodo, las espuelas no tintinean, echa a andar hacia donde está su destino, enmarcado por los siete colores y abierto de piernas.
Mientras camina piensa en su mujer y en sus hijas que ha dejado en el rancho, preocupadas, pues les ha dicho que no sabe si volverá.
Al pasar delante del Saloon, un sonido de puertas batientes le hace volverse con el revólver en la mano temiendo el ataque de algún despechado, no, un borracho que al verle se mete dentro.
Cada vez está más cerca, aprecia sus pistoleras caídas, su pantalón vaquero ajustado y abultado por debajo del cinturón.
Los rizos esconden su mirada y su cara, una cerilla entre sus labios.
Se planta delante, le quita el mixto con la mano y le besa apasionadamente.
Fantástica vuelta de tuerca de Solo ante el peligro. Ese final, Epîfisis es una maravilla que bien podría valer tanto como alegato de pacifismo como del orgullo gay.
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