A mi hermano, de pequeño, le entró un tornado por un oído. Giró durante días hasta que, de pronto, se detuvo, despeinado, los ojos rojos y un aire de superioridad que se huracanaba al enfadarse. Por eso comíamos viendo la tele, para no discutir, ni ver volar la comida, ni oír estrellarse los platos. Pero pronto dejamos de temerle. Mi madre lo enojaba para secarse el pelo y mi padre para probar sus maquetas de aeromodelismo. Yo le llevaba a volar mis cometas en la playa. Luego le miraba cabalgar las olas que le lanzaba la feroz tramontana, agarrado a su tabla de surf como el monzón a su nube. Después le cogía en brazos, volátil como una burbuja cuando, agotado, se derrumbaba en la arena con el último rayo de luz.
Cuando le noto triste duermo con chubasquero y atado a la cama. Me aterran sus pesadillas.
Oh qué relato más cautivador Rosa. Nunca me imaginé que los niños imposibles eran fruto de un tornado; que vaya usted a saber por qué orificio le entró…
ResponderEliminarBs
Me he reído mucho, aceptar la diferencia y sacar provecho de ella, jejeje, y el final, sorprende, porque nada es blanco o negro y tu protagonista tiene muchos matices, dicho suavemente. Qué bueno, Rosa, de mayor quiero ser como tú. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encanta tu imaginación, Rosa. Además de fantástico, es un cuento precioso.
ResponderEliminarQue maravilla de relato. Puro realismo mágico Rosa. Graciasss!!
ResponderEliminar