Según Catón el Censor, el cierzo es viento capaz de derribar hombres armados y carretas. A Belarmino más bien lo acomodó en su abrazo y lo llevó de viaje. Se dice que le acompañaba el primer acordeón del país. Como aquella cuncuna era aire también en sus fuelles, viajó por su cuenta desde algún puerto mediterráneo donde un alemán lo olvidó. La Tramontana del Ampurdán, primero, y luego el cierzo aragonés, los llevaron hasta las tierras de Babia.
Belarmino era grande y fornido. Aunque exageraba cuando decía que el oso le huía porque, aunque se alzara en sus patas traseras, él le superaba la sombra. Hablaba fuerte aunque se dulcificaba con prudencia y acierto cuando llegaban las nieves, se guardaba el ganado, y entonces Belarmino vestía su traje de pana, anudaba una bufanda, ponía boina y con el acordeón a la espalda, cogía su cayado con cabeza de cuélebre, y cruzaba las montañas hasta el mercado de los maestros en Gera, Tineo, donde se ofrecía a enseñar castellano a niñas y niños dados a los modismos del bable. Reunía a la infancia en una cuadra, bajo un hórreo, en la sacristía de la iglesia, que eso sí había, aunque ninguna escuela, y les hablaba de las cuatro reglas o del catecismo del jesuita Astete.
Y decían que su voz era ventarrón mojado en vino caliente.
Me ha gustado mucho este relato que no tiene autor. Tiene un aire, nunca mejor dicho, de cuento magico-rural. Ha construido un personaje, Belarmino, muy carismático.
ResponderEliminarsí tiene autor pero, pensándolo bien, igual es mejor que parezca que no lo tiene; que las palabras toman sus propias decisiones como, ahora, reunirse de este modo.
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