Los abuelos se prometieron pistas y señuelos. Nos servirán para reconocernos de viejitos, decían, cuando las neuronas se marean y suben al tiovivo de la desmemoria.
Rigel y Hadar, dos de las estrellas más luminosas, les convencieron de que, con sólo pronunciar sus nombres, se reconocerían entre la multitud. Los arces en un parque muy cercano, frondosos en primavera y verano, esqueléticos después, les distinguirían las estaciones. Su gato, siempre con el hocico manchado de leche, les orientaría hasta la vía láctea, un horizonte muy querido. Los griegos lo consideraron leche derramada por la diosa Hera para alimentar a Heracles, su hijo. Así llamaban al gato.
Los pájaros que anidaron en sus ventanas les recordarían sus aficiones por la ornitología y el dibujo. Y la imagen de un puente en un imán de la nevera, su deseo de viajar.
La abuela, maestra de educación infantil, transcribió todo eso y muchas cosas más, con letra chiquita y redonda, en cuadernos con pauta, el camino de las palabras, solía decir. Él, por su parte, guardó hojas secas y dibujos muy sencillos de gorriones, verdecillos o jilgueros y cuyo significado sólo ellos sabían.
Ahora, cuando advierten dudas en su memoria, se buscan en esos cuadernos y se cogen de las manos, creemos que para perderse juntos.
Para continuar con tu costumbre en este año nuevo, has hecho un relato precioso, Julián. Estupenda idea la de ir dejando pistas a la memoria
ResponderEliminarQué pistas y señuelos tan bonitos Julián; así no se puede despistar nadie... Felicidades por el relato.
ResponderEliminarMe encanta todo. Especialmente simpático el párrafo que comienza con la leche, el gato Heracles y la vía Láctea como leche derramada. El último párrafo está para sacarle una foto.
ResponderEliminarUn bello recorrido por la mitología griega para dejar pistas a la memoria. Me ha encantado tu relato, Julián.
ResponderEliminarJulián, acabas de escribir una estupenda guía para no olvidar. Práctica y poética. Un placer leerte, como siempre.
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