Nadie esperaba que el virus que asfixiaba la vida de los humanos más mayores y apenas causaba síntomas a los más jóvenes (en una despiadada proporción inversa) mutara.
Comenzó en las residencias, donde aislados a su suerte desde hacía años; las bajas y las lágrimas, cambiaron por curaciones sin lógica alguna. En todos los países de Europa se celebró la desaparición de este ángel exterminador, en forma de virus, con grandes homenajes a los ancianos supervivientes.
A los pocos meses, todo volvió a la cruel normalidad. Las residencias supuestamente desinfectadas; recordaron a los desaparecidos con estatuas, pinturas, fotos en la fachada...
La comida volvió a ser el suculento cáterin triste, prefabricado, seco. El número de cuidadores bajó a los mínimos inmorales de antes. El negocio volvía a florecer.
Nadie se extrañó del paulatino rejuvenecer y buena salud de los residentes hasta que fue tarde. El virus antes mortal, ahora los hacía cada vez más fuertes; en una metamorfosis nocturna el que antes era un anciano desvalido, amanecía como un lobo; lobos negros hambrientos de justicia y carne.
La rapidez del cambio a nivel global; no dio tiempo a reaccionar a ningún gobierno. Una vez transformados en las residencias para jubilados de: ferrocarriles, bancos, eléctricas, sanitarios, militares... formaron manadas invencibles.
Solo me queda el consuelo de ser casi de su especie y que al final todos envejeceremos.
Los ancianos de esta generación tienen tantas cosas de las que vengarse por cómo les ha tratado la vida, primero con una guerra-postguerra-dictadura y ahora con ésto, pero no lo harán, son una generación muy generosa
ResponderEliminarSiguiendo con el comentario de Alicia, también son muy sabios, pero no los escuchamos. Su sabiduría es el sentido común, que según Aristóteles, es el mayor de los conocimientos, porque se basa en la experiencia. Un relato muy bonito, Santa.
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