Le atraparon sus ojos grises una noche en La Jarosa, el embalse de Guadarrama. Habían prendido una hoguera y asaron unos chorizos envueltos en papel de aluminio. Además, compartieron una lata de albóndigas. Para la próxima mejor otra marca.
Se disponían a vivaquear bajo una roca vertical algo inclinada al sur que ya los había acogido en otras incursiones al bosque donde tomaban nota de la presencia de pitos reales, agateadores, cucos, azores, arrendajos y más aves porque el bosque era como el mundo y todo mundo son varios mundos.
Y entonces apareció él. Era muy joven sin el fabuloso traje del invierno, seguramente atraído por la conversación ya que de la cena no quedaba nada, si siquiera el papel de aluminio grasiento pero recogido en una bolsa de plástico que volvería con ellos a la ciudad.
Nadie se asustó. Estaba solo, ellos eran más, tenían el fuego, poderoso aún, reconfortante, seductor. ¿Y si fue eso lo que le atrajo? Las llamas prudentes de un buen fuego. A todos les pareció que sus ojos grises no les miraban a ellos sino que se quedaban, pacíficos y curiosos, en la grana de las ramas ardientes.
Abel fue el primero en amanecer. Luego no dijo nada del lobo con el que se había encontrado en un sueño de hermandad.
Me ha encantado el encuentro cálido en La Jarosa que, además, tiene un encanto especial. Gracias Julián.
ResponderEliminarJulián, qué paseo más bonito hemos dado por la Jarosa. A mí también me ha encantado y esa mezcla de sueño-realidad que tan bien desvelas, es preciosa, evocadora de una naturaleza salvaje. Un placer leerte, Julián.
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