Hace meses o quizás años, pensé en escribirte una carta contándote mi alma. No la llegaste a conocer porque siempre que se asomaba, tú hacías una pirueta y desaparecías.
En ella te hablaría de colores que se estrellan contra la grisura para alegrar la rutina, de la armonía que puede no ser devorada por la cacofonía del ambiente. Deseaba que olieras las esencias escondidas de la vida.
La escribí y la he encontrado en el fondo de un bolso, arrugada, mustia, tan gastada que casi es ilegible y hoy no estás, quizás porque nunca recibiste esta carta.
Las palabras buenas nos cosen a los demás; los gritos nos separan. Quizá esa persona, si te hubiera escuchado, permenecería a tu lado por siempre. Estoy segura de ello. ¡Qué bien tenerte por aquí!
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