Siempre que veo flores recolecto
sus semillas o las recojo del suelo si el viento las tira. Las guardo en
saquitos de tela y las planto en invierno para que despierten en primavera. Sembrar
flores es parecido a escribir una carta: sabes lo que quieres decir, pero no
sabes cómo, así que plantas un sentimiento, esperas a que el tiempo y las
palabras giren a su alrededor, y un buen día brota una emoción que te arranca
una lágrima o una sonrisa. Una novela es un árbol longevo que se debe educar,
enderezar y proteger desde pequeño. Mamá y yo cultivábamos sus flores hablando
de todas estas cosas, por eso decía que su jardín era un libro de olorosas
palabras.
Los saquitos ya están llenos, es
hora de ir a visitar a mamá. Elijo la hora más discreta del día, escarbo el
pequeño rectángulo haciendo finos surcos en la tierra y las entierro
separándolas en filas. Luego las riego despacito. Me limpio el sudor con la
palma de la mano e imagino, orgullosa, lo bonita que lucirá su tumba esta
primavera.
Que deliciosamente bonito, Rosa. Tu relato tiene un perfume delicado y emotivo. Y dice tantas cosas en tan poco espacio. Gracias y abrazos.
ResponderEliminarAunque ya lo dijo Valentina permitirme que lo repita. Delicioso.
ResponderEliminarMuy bonito, Rosa. Seguro que saldrán flores preciosas, no puede ser de otra manera
ResponderEliminarTu relato está lleno de semillas de rosas multicolores y fragacias inspiradoras...
ResponderEliminarTu relato es una auténtica belleza perfumada. Es un placer leerte, amiga.
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