Héctor aprendió con sus padres viendo cómo lo hacían. Por sus notas
excelentes le regalaron un diario, una libreta pequeña con las guardas
de cuero. Sus hojas eran como un hogar que esperara las palabras que
habitarían sus cuartos. Su aspecto de pergamino llamó su atención junto
al mar, en un mercado de empanadas, juegos y dulces, con trovadores y
hasta una lechuza. Esa noche, la última de junio, se apresuró a
describir la primera vez que ayudó a Amina a cruzar la calle. Su vecina
era más vieja que su cuaderno y vivía sola, con su gato Eolo y un bastón
roído por el tiempo. Cogida de su brazo, iban hasta el colmado de
frutas y verduras de Fadel y Dalia, los sobrinos que vinieron del Sáhara
y que siempre le regalaban un dátil. La gratitud y sonrisas de la mujer
achacosa le hicieron sentirse un héroe. Llenó muchos cuadernos con
otros vecinos, con otros gatos y con todos los semáforos del barrio,
como un lazarillo de los pasos de cebra. Ahora guía los pasos de su
padre desde su cama al baño y, a la vuelta, ya tendido, mientras el
fisio da friegas en sus piernas, Héctor lee sus diarios y sonríe cuando
le animan a que escriba una novela.
Blog para enfermos, familiares, voluntarios y miembros de AdEla. El jurado valorará la historia, contenido, imaginación y creatividad y NO tendrá en cuenta la puntuación, ortografía ni formato, pues sabe las dificultades de algunos de vosotros para escribir. También puedes comentar microrrelatos ajenos con respeto y crítica positiva. Lee los microrrelatos publicados para que te anime a empezar. ¡Suerte!
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Bonita historia, Julián, todo un ejemplo de vida, mejor dicho, una vida ejemplar. Gracias por compartirla.
ResponderEliminarCreo que debería escribir esa novela...
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