Este
mes emprenderemos un viaje largo e intenso. Apretaos los
cordones, meted en la mochila sólo lo imprescindible y preparaos para iniciar
un periplo alrededor del mundo. Atravesaréis valles con bosques tan espesos que
las hierbas no conozcan la luz del sol; montañas coronadas por enormes neveros
que añoran un poco de calidez; países en los que el aroma a especias es tan
intenso, que casi chorrea en el aire. El mundo es diverso, variado, único. Y
vamos a conocerlo entero.
En
esta ocasión os voy a escribir el cuento La
muñeca de Kafka, escrito por Jordi Serra i Fabra, a quien supongo que
conocéis. Es un poco largo pero merece la pena ser leído. Es una verdadera
maravilla y, estoy segura, que lo valoraréis en su justa medida. Si tenéis niños
cerca, invitadlos a leerlo. Veréis cómo se abren sus ojos ante esta maravillosa historia.
Aquella mañana
del 2 de diciembre de 1923 Franz Kafka volvió a despertar con
fuertes dolores de cabeza. Al pie de su cama, tratando de ocultar su
preocupación, le observaba Dora. Desde hacía algún tiempo a Franz le costaba
mucho conciliar el sueño y cuando por fin lo conseguía se levantaba con
terribles jaquecas que le incapacitaban para sus obligaciones de escritor.
-Franz, creo que
deberías salir al parque. Te vendrá bien tomar algo de aire fresco.
-No creo que mis
pulmones atacados por la tuberculosis se merezcan ese aire fresco del que
hablas, pero por ti y por este dolor de cabeza que me atormenta bien merece la
pena intentarlo… -Convencido, se levantó de la cama limpiándose la boca con su
pañuelo carmesí.
Ya en el Tier
Garten, le asaltó una de sus frecuentes lúgubres visiones. Podía verse a sí
mismo tumbado en un ataúd. A su lado, Dora lloraba desconsoladamente mientras
veía cómo el cuerpo de su amado se descomponía. Su piel se iba difuminando y detrás
comenzaba a aparecer un grosero monstruo de piel oscura… En ese momento los
llantos de Dora en su imaginación se fusionaron con los de una preciosa niña
que apareció a sus pies.
-¿Qué te ocurre
pequeña? -Le preguntó conteniendo un nuevo acceso de tos.
Corriendo se
acercaba la madre de la niña. Ésta se disculpó y le explicó que su hija había
perdido su muñeca, un regalo que su padre le dio el mismo día que les abandonó
para ir a luchar en la
Gran Guerra. Su marido había fallecido un año después en las trincheras
de Rusia, dejando a aquella muñeca como el único recuerdo que le quedaba a
Erika de su padre.
Tras escuchar la
historia, Franz sintió una gran compasión por la niña y su madre. Conmovido,
supo de inmediato lo que debía hacer.
-Supongo que tú
eres Erika, ¿verdad? -gritó Franz para hacerse oír por encima del llanto de la
niña, que sólo en ese momento fue consciente de la presencia de aquel hombre.
-Sí…-balbuceó
mientras dirigía una mirada interrogante a su madre. ¿Quién es usted?
-Espera… mejor me
aseguro, no sea que me vuelva a equivocar…-Erika contemplaba con ojos vidriosos
y expectantes a aquel extraño que parecía conocerla-¿Cómo se llama tu muñeca,
Erika?
-Matilda señor,
se llama Matilda, ¿la ha visto usted?-La esperanza inundaba ya el rostro de la
niña.
-¡Vaya! Pues
resulta que traigo un mensaje importante de Matilda…
Franz le explicó
a la niña que su muñeca había tenido que emprender un inesperado viaje y que
sentía mucho no haber podido despedirse de ella. Además, Matilda le prometía
que iba a escribirle una carta cada semana contándole sus aventuras.
Al terminar aquel
encuentro fortuito, y sin que la niña se percatara, Franz pidió la dirección a
la madre y se comprometió a escribirle semanalmente firmando con el nombre de
Matilda.
Desde aquel día
Dora quedó maravillada por la influencia que aquella niña tenía en el estado
anímico de Franz. A pesar de los persistentes dolores y problemas de insomnio
que le atormentaban, siempre conseguía sacar fuerzas para redactar sus cartas.
Entre Franz y la niña había nacido un fuerte vínculo que le ayudaba a luchar
contra su enfermedad. Erika se había convertido así en la hija que nunca tuvo.
Muchas de las
cartas eran cuentos infantiles con alguna moraleja impactante, otras eran
sencillos relatos con pasajes autobiográficos de la vida de Kafka narrados por
Matilda. Sólo durante dos semanas no pudo cumplir con su promesa: la primera
fue la semana de Navidad en la que Franz sufrió una fuerte pulmonía y tuvo que
volver a Praga. La segunda fue la última semana de marzo, cuando la
tuberculosis le afectó a la laringe.
Cuando leas esto
Franz ya estará conmigo y no podrá volver a llevarte mis cartas. Por eso te
pido Erika que no te preocupes, estaremos bien juntos jugando todo el día. A
los dos nos gustaría que fueras feliz y nos recordaras con alegría en lugar de
con aquellas lágrimas que tenías cuando Franz te conoció.
Siempre tuya,
Matilda
Praga, 3 de junio
de 1924
Precioso cuento, tierno y hermoso; lleno de generosidad que revierte en uno mismo.
ResponderEliminarSigue eligiendo estas historias que nos inspiran.