Era su última voluntad y, para mí, un
anhelado proyecto al que renuncié cuando nació nuestro primer hijo: la vuelta
alrededor del mundo. El sueño que abracé siendo estudiante de antropología ya
lo creía enterrado bajo mil tumbas de historia; pero Mario descubrió su
latencia en mil pliegues de mi cuerpo, porque con el tiempo habíamos aprendido
a descifrar el mapa de los gestos.
Día tras día susurraba, como una
letanía, que era la última oportunidad de renovar nuestro amor y
reencontrarnos; me apremiaba a empezar el viaje antes de su muerte, con una
pasión que parecía propia de otro mundo.
Después de una noche de confidencias inconfesables,
me puse en marcha con la incomprensión de mi familia pero acatando nuestras
últimas voluntades.
Desde cada lugar significativo, enviaba
una carta a Mario, y a medida que leía, su cara recobraba un brillo, una
expresión entusiasta, desaparecían las arrugas de su piel, movía su cuerpo…
Cuando yo recibía sus cartas, me sentía transformada y el espejo me devolvía la
juventud perdida. Un buen día, terminado ya el recorrido, nos encontramos:
jóvenes, ágiles, entusiastas, amando la vida de nuevo. No reconozco el lugar
pero es hermoso…
Dicen que nunca encontraron nuestros
cuerpos, pero siguieron llegando cartas; y como nadie supo hallar los lugares
descritos, terminamos siendo leyendas de cuenteros.
Viaje de sentimientos. Al final llega la recompensa del encuentro y de las sensaciones que unen. un abrazo
ResponderEliminarLa idea de interponer el mundo entero entre dos personas que se aman me parece fascinante, de una valentía insuperable y de un amor infinito. Qué buen relato y qué buen sabor de boca te deja. Gracias por compartir, Valentina
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