¿Cuántas veces me pasé la vida con los
exámenes finales de uno u otro curso, de una u otra relación o trabajo, y para
qué? Ellos siempre estaban llenos de miedo: al fracaso, a lo que dirían tus
padres, tu mujer, tus amigos…, a no seguir el orden establecido…
Era tanto el terror que sentía que
copiaba, mentía o engañaba para no fracasar, sin darme cuenta de que
aquello no era más que un fraude a mí mismo, pero el miedo, recuerdo, podía con
cualquier otro pensamiento.
Ahora ya estoy en la tercera edad y es la
hora del verdadero examen final: el momento de observar detenidamente las cosas
que no debí haber hecho, de llevar a cabo lo que no hice, quizás obligado por
ese pudor estúpido que te marcan con hierros candentes en tu mente durante la
adolescencia, por el qué dirán…
Pienso que si hay un algo, después de que
desaparezcamos y somos juzgados, el examen que marque el resumen de nuestras
vidas estará basado en la cantidad de miedos que todavía nos quedaron por
resolver mientras vivíamos. ¡Ojalá, cuando me vaya de este mundo me den
matrícula de honor!
Cómo poder resolver tantos miedos que nos impiden avanzar en lo verdaderamente auténtico, que nos ayuden a conocernos. Ardua tarea pero necesaria.
ResponderEliminarSeguro que te darían matrícula de honor! Un beso