Bienvenidos al 2015
Empezamos un nuevo año, repleto de ilusiones y sueños, de esos que, pase lo que pase y pese a quien pese, nadie podrá borrar, robar o apagar, porque son los que nos apegan a la vida y los que nos mueven, nos hacen mirar hacia delante y no temer a la hora de marchar, querer o darlo todo. Tampoco hay que dudar a la hora de escribir los microrrelatos de este año. Los temas están pensados para que estrujéis la imaginación y os diviertan. Esperamos que os gusten y que animéis a vuestros seres queridos a escribir y participar en este pequeño espacio de letras.
Ahí va el mío, a modo de modesto pistoletazo de salida. Este mes, como veis, va de mascotas.
Revuelos genéticos
Juan volvió de Alemania, compró unas tierras en su pueblo de Almería e inició un negocio de exportación de pepinos. Su prosperidad se medía por el tamaño de sus puros, el modelo del Mercedes y el número de visitas al club de carretera. Allí conoció a Marie, una camerunesa que le hipnotizó con sus contornos magnéticos. Él le dio papeles, estabilidad y amor; ella pasión, sensatez y dos hijos, uno que expandió el negocio por el norte y se casó con una sueca, y otro, antropólogo, que un día partió a Camerún, con las lágrimas maternas pegadas en su rostro, donde ejerció como profesor de universidad y tuvo tres hijos con una bengalí colega suya.
Todas las Navidades hijos y nietos vuelven a Almería. En la cocina, anécdotas y especias aliñan las conversaciones y, en la mesa, los guisos humean como puzles de colores. Este año llevan un regalo muy especial para el abuelo: Cobre, un setter de pura raza porque, y en eso están todos de acuerdo, es importante evitar las mezclas, ya que así la apariencia y el carácter del animal es más previsible, dónde va a parar.
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