Todos se empeñaban en que no podía seguir viviendo sola. La familia, los amigos y los compañeros de trabajos repetían siempre la misma cantinela:
-Necesitas alguien que te aporte cariño, alegría y, sobre todo, que te saque de tu ensimismamiento. Una cosa es que seas un poco madurita y esté reciente tu divorcio…, ese pelagatos que no te merecía…, y mira que te lo decíamos… Y tú, ni caso…
Ahí les colgaba directamente el teléfono…, que me tenían frita, parecían loros. Pero estaba claro que necesitaba un cambio…, romper con esta inercia…
Me fui a una tienda de mascotas. Mientras esperaba que me atendieran, alguien empezó a hablarme al oído: “acaríciame, abrázame, bésame, murmura palabras bonitas y yo te acariciaré, abrazaré, besaré, murmuraré palabras bonitas, te cantaré cuando me lo pidas y aunque no me lo pidas... Nos divertiremos, lindeza”.
Me quedé paralizada, notaba unas garras en mi hombro y al volverme…, asustada, grité... y gritó. Inmediatamente salió un señor sonriente que cual pitonisa me auguró cien años de felicidad:
-Si está dispuesta a compartir amor eterno y necesita un compañero, es el ideal, porque es inteligente, divertido, fiel... Cambiará su vida. Ningún día será igual. Ya veo que habéis intimado... Atrévase. ¡Mariano es su loro!
Me encanta el loro Mariano. Es divertidísimo tu cuento!
ResponderEliminarUn beso,
La única pega de Mariano es si controla su esfínter cuando está en tu hombro...
ResponderEliminarPero ninguna mascota es perfecta.
Bs