“Los tomates son todos iguales. Las manzanas no huelen. El limón no cae del limonero.”
La madre lleva tiempo que siempre refunfuña la misma retahíla ante la visita de la hija.
“Cierra los ojos, mamá y sorbe el aire profundo. ¿Verdad que la manzanilla ya te espera en el terraplén? ¿A que La Tita te espera con su café de puchero y sus perrunillas recién hechas? Déjate ahora de tomates y manzanas de plástico. La Tita te aguarda con el portón abierto. Las maderas de la entrada siguen crujiendo. Vaporean las edades como un baño de agua caliente. La tierra antigua rezuma por las rendijas de las tablillas sueltas oreando lo húmedo y lo seco de las épocas. ¡Muchos abuelos transitaron el umbral!”
“Que te olvides, madre. Que sí, que todo se coge del árbol antes de tiempo. No hagas trampas y cierra los ojos. Observa la sonrisa orgullosa de La Tita con la bandeja de las pastas. Mira como sus ojos se abrochan en los tuyos. Escucha el sonido de su voz cuando, bajando el brazo a tu altura de niña, te invita a coger una pastita diciendo, las he hecho especialmente para ti, mi amor. “
La madre abre los ojos y los abrocha en los de su hija. Se sonríen. Como cada viernes de visita la hija saca de detrás de su espalda una bandeja de perrunillas recién hechas que coloca a la altura de la madre sentada en su sillita de ruedas.
No se puede decir mejor, ni más acertadamente. La madre vive en su infancia, la hija en su constante amor hacia ella. ¡Y esos ojos abrochándose.... ! Se me han puesto los pelos de punta de la emoción. Qué maravilla de relato, Carmen. Gracias.
ResponderEliminarAl final se sonríen que es lo importante... Cuando estamos con los seres queridos... Un abrazo Carmen
ResponderEliminarDejas claro, y de qué firma tan bonita, que no solo de pan vive el hombre, también hacen falta perrunillas. Fantástico, Carmen.
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