No recuerdo los años que
tenía, ni su nombre, pero al comer una picota y antes de introducirla en la
boca, la pongo entre mis labios y aflora, el olor, el sabor, la
juventud de aquellos veranos en Jerte.
Me apuntaron mis padres
en la escuela, para recuperar no se cual asignatura cateada en la ciudad, fui a
rastras, pero al entrar estaba ella, calcetines caídos, vestido a cuadros y
unas coletas.
Me sonrió
y sus dientes o su lengua húmeda, provocó en mí un
azoramiento tal, que los demás niños se echaron a reír.
Me cogió de la mano y me
sentó a su lado, notaba su pierna como fuego que me traspasaba.
Miró mi pantalón,
levantó sus ojos a los míos, los cerró y yo fui suyo para siempre.
En el recreo, detrás de
la higuera, a su sombra, se colocó una picota gorda, roja intensa entre los
labios y me invitó a morderla a la vez que a ella.
Puse los míos sobre la
fruta y entonces ella, abrió más la boca y me abrazó en un beso profundo con la
fruta por en medio, mordisqueando la pulpa interminablemente, respirando por la
nariz como peces fuera del agua.
Veo que comer picotas es muy gratificante para ti, y no me extraña, con esos recuerdos tan sensuales. Eso es saber vivir: experimentar y recordar, emocionándote siempre. Un abrazo.
ResponderEliminarRosa, que soy extremeño, de Plasencia
ResponderEliminarJajajaja, pues eso. Si fueras gallego te pasaría con las nécoras.
EliminarDespués de leer tu micro, me han entrado unas ganas enormes de comer picotas. Gracias, por este sensual micro con fruta del Jerte.
ResponderEliminarMe ha recordado los juegos de las fiestas "singles" de hace dieciocho años... en fins... quien los pillara...Un abrazo
ResponderEliminarPues parece que la época del fruto le gana con creces a la del cerezo en flor. Aunque seguro que la falta de picotas no es motivo para dejar de respirar como los peces mordisqueando lo que ofrezcan otros labios
ResponderEliminar