Supo que algo iba mal al ver como lavaba el coche.
Leon, pasaba por el lavadero con frecuencia. Ella era la encargada de vigilar las máquinas y dar cambio.
A Moby le gustó la educación de Leon, sin sombra de paternalismo.
Ambos nacieron en los 60´s. Guerra fría y viajes a la Luna. Futuro de esperanzas y madres obligadas a cuidar de los hijos que mandaba dios.
La mirada de Moby era el azul de la Antártida, la mirada superviviente de la vida. Los hombres la huían al oír su voz con acento de algún país del Este.
Esta mañana, no pidió cambio. Las manos fuertes de Moby echaron en falta el contacto con la ternura de las de Leon.
- Hoolaaa cómo estar? - Dijo sonriendo.
Leon aclaraba el parabrisas como un autómata programado. Moby vio que tenía empapado de agua el pantalón. Repitió la pregunta.
- Bien...como siempre... - Y quiso seguir, pero el tiempo de la maquina se acabó y sus palabras quedaron flotando en el silencio.
- Mal, ayer tuve que sacrificar a mi perrín.- La mirada de Leon se quebró de dolor.
- Como tu perro se llama?- Dijo Moby sin parpadear.
- Manolito - Dijo Leon.
- Ven; damos abrazo...- Se fundieron compartiendo dolor.
Llovió mucho, y el viento cálido del Este ayudó a secar la herida.
Precioso relato Santa. Sencillo, emotivo, fraternal y me encantan las metáforas que utilizas , le dan al relato un aire poético y melancólico y sin embargo trasmite optimismo y esperanza.
ResponderEliminarMuy emotivo, Rafa. Sin duda Manolito fue tan feliz contigo como tú con él, y eso tiene mucho valor, porque el amor es la única moneda de cambio en toda relación. Un maravilloso relato. Un excelente homenaje a Manolito. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarGracias Rosa y Gema... por vuestras muestras de cariño. Seguiré contando esos pequeños trozos de vida a su lado en microrelatos. Bs
ResponderEliminar