Si os dijera campo de fútbol, tabla de gimnasia y fines de curso; muchos de vosotros os encogeríais de hombros, arrugaríais el entrecejo y dejaríais que vuestra boca dibujara una mueca de extrañeza.
Yo no. Para mí realizar la tabla de gimnasia de fin de curso en el campo de fútbol de Leganés era como la teta para un recién nacido, supongo; necesidad y gozo.
Muchas pensaréis que tampoco sería para tanto. ¿Algunos de vosotros recuerda o imagina la sensación al hacer volteretas girando en una barra tubular, agarrada con las dos manos y bajo la tripa, para girar sobre vuestro eje? Pues eso.
Hacíamos esas volteretas antes de que nos tocara salir para embriagarnos con los giros.
Cuando nos tocaba el turno, dejábamos que el corazón se acompasase a los aplausos de recibimiento. Salíamos en fila desde las cuatro diagonales del campo para tomar el centro como un pequeño ejército de erizas, todas con los vellos tan de punta como nuestros empeines al caminar.
Los ensayos del último trimestre daban sus frutos en la exhibición ante padres, madres, hermanos, profesores y director.
Probablemente, algunos, pensaréis que eso era escaparatismo de cole privado de los años setenta. Refunfuñaréis, le quitaréis importancia y seguiréis con vuestros quehaceres.
Pero yo no. Yo me tumbaré en la tumbona de mi terraza y dejaré que mis ojos viajen al pasado adentrándose en una nube ligera que pasará por delante de mi vista, tumbada ahí, en ese preciso momento y al mismo tiempo en pie en el centro del arenero del campo, esperando que comience el silbido inconfundible de la obra de Ennio Morricone; vistiendo mi maillot de espuma negro y mis zapatillas de rítmica con goma elástica; escrutando a mi padre y a mi madre en el tercer escalón de cemento de la grada. Sonriendome orgullosos y enarbolando su presencia con aspavientos de las manos.
Perdonadme que insista. Ya sé que para vosotras no es tan importante, que hace rato que estáis a otras cosas mientras yo me he estado montando en aquella nube con forma de moto y me he dado una vuelta por mi niñez; pero es que las tablas de gimnasia de fin de curso del Liceo San Pablo en el campo de fútbol de Leganés fueron mejor que la teta para un bebé.
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ResponderEliminarCreo que ha habido un error. Yo soy Gema Herraez Peñas pero no soy la autora de este relato.
ResponderEliminarPerdona Gema, no he querido molestarte, como he puesto al principio, yo pasé una historia parecida
ResponderEliminarAnónimo no me he molestado en absoluto. Supongo que será un error de edición. ¿Eres tú el autor?
EliminarHola, os pido disculpas a las dos. Me equivoqué al publicarlo. Confundí el nombre de "envido a chica". Hoy he estado de viaje y acabo de llegar. Ya he corregido el nombre. Disculpad mi despiste. Es lo que tiene no conocernos personalmente, que no "anclamos" el nombre bien al talento que leemos. Un abrazo.
ResponderEliminarPues perdona tú, Rosa, por hacerte trabajar sin apenas aterrizar. No tiene importancia.
EliminarPor mi parte, me identificaré debidamente en el correo. " No volverá a suceder". Jaja
Ha habido un triple error, yo puse un comentario-relato y creí que ese era el problema y lo borré jajjjjjajjjjjjjjaaaaaa
ResponderEliminar¡Vaya cadena de despropósitos! Pero no importa, porque después de leer el maravilloso relato de Carmen, nos hemos trasladado a las fiestas de fin de curso del cole, cuando nos disfrazaban de joteras, o de vaqueros del oeste, dependiendo de la temática del año. También hicimos gimnasia, alguna vez... ¡Qué tiempos aquellos! Gracias, Carmen, por tan maravillosos recuerdos. Estoy. totalmente de acuerdo contigo en saborearlos con orgullo. Un abrazo.
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