Nos encantaba la historia del oso Bruno y la niña Ester.
La abuela María hablaba de cómo su padre y los cormoranes pescaban truchas. Volaban desde el mar y quiso conocerlo. Pero varó lejos, y en los ojos de una muchacha risueña donde no podría ahogarse.
Era cantero y construyó las Escuelas Graduadas del pueblo, promovidas por los vecinos de emigrados a la Habana. Con su vecino Damián, nuestro bisabuelo reparaba el cortin, un muro semicircular de apenas dos metros de alto que protegía las colmenas del oso.
Amenazado por otra guerra civil, el hombre huyó, escondiéndose en los huecos de los robles antiguos. Pero una noche se ocultó tras aquel muro. Un oso estaba allí. Se hicieron compañeros de infortunio y le llamó Bruno, como un juguete desmadejado con apariencia de osezno que era de la niña Ester, hijita de uno de los depredadores, y cuyo cariño inocente acogería la orfandad de María.
Al oso lo mataron a tiros, y a mi bisabuelo José lo apearon en unos altos de la Villa Blanca. Esther también oyó a su padre y el hermano mayor decir que José se les escapó y no pudieron darle matarile. Que lo vieron desaparecer en los acantilados del pueblo marinero, donde vuela desde entonces, soñaban las niñas, como el cormorán. José conoció el mar.
Un poeta dijo que con sueños la muerte parece menos muerte. Yo creo que lo dijo la niña Esther como dice la abuela María que el oso vuelve al pueblo de la miel.
La frase: “…promovidas por los vecinos (de) emigrados a La Habana”, sobra la preposición “de”. Disculpas por el gazapo.
ResponderEliminarDespués de leer los textos de Julián siempre tengo la sensación de que cualquier comentario mío romperá la magia y no quiero sentirme como un estropicio.
ResponderEliminarGracias Julián por mostrarnos y enseñarnos tanto.