A Lucas, tan amigo de los refranes, este abril le estaba decepcionando sin sus mil aguas. Pero optimista y dotado de un proverbial buen humor, agradeció que el sol se colara temprano así como la vista de un parque con sus bancos desnudos de viejos. Un poco más allá veía el quiosco de Concha.
La estanquera le gusta de este hombre su amor por las historias que cita con su voz grave, melodiosa y con un punto de miel que alivia las erres y erotiza las eses.
Pero el virus cuyo nombre no ha querido ni saber, le confina desde hace tiempo. Primero clausuró la biblioteca del barrio, su paraíso particular, y ahora le aleja de la estanquera que adora su palabra desde que, hace años, no puede leer a causa de su maltrecha visión.
Lucas tuvo una idea y se la contó por wasap. “Para cuidar de tus ojos, déjame contarte mis historias del océano”. Concha le dio el sí a ese matrimonio sin curas ni jueces, sólo fantasías y placer.
Al fin llueve a mares y el maestro jubilado le escribe que es agua marina que viene a confabularse con él en su misión sagrada y Concha le grita a bordo de un móvil de color azul, ¡que venga, que venga el agua!
Qué maravillosa historia, Julián. Ya nos hemos acostumbrado a leerte y estábamos impacientes. Gracias por estar aquí.
ResponderEliminarHe disfrutado mucho con el mundo que se han creado Lucas y Concha y que tú has contado tan bien. Gracias Julián.
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