Mi querida Julia.
No se me va de la cabeza el día que te encontré en Goya. ¡Qué alegría!
Recuerdo el grito y el abrazo tan gordo que te di, que hasta llegaste a
asustarte; claro que, después de 85 años que dejamos el colegio, no me
extrañó tu reacción y tu incredulidad cuando te pregunté, si eras Julia
Magam de Agofrin.
"¡Sí señora, pero no tengo ni idea quién es usted!”, me contestaste con
una expresión de sorpresa en tu rostro, como si te hubiera asaltado una
loca, y mucho más cuando pronuncié aquellas palabras de que seguías en
la luna como cuando compartíamos el mismo pupitre.
Fue
entonces cuando me reconociste y hasta recordaste mi nombre y apellido
como si no hubiera pasado el tiempo. Lo que me dejó más perpleja fue al
exclamar: "Pero, !si no has cambiado nada, Almudena, ¡salvo que te
faltan tus trenzas!”
¡Madre mía donde estarán ahora!, pienso recordando los años de mi niñez.
Bueno,
te dejo que tengo que tomar el autobús para ver a mis bisnietos. Lo
dejamos aquí, pero te volveré a escribir, porque nos tenemos que contar
muchas cosas.
Besos a tus hermanas. ¡Te quiero!
Tu compañera de pupitre
Almudena
Qué maravillosos son esos encuentros, por todo lo que te hacen recordar: aquella que fuiste, tus mejores amigos de la infancia, cómo te divertías con pocas cosas... ¡Siempre es un placer leerte, Almudena!
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