A aquellos conejitos se les hizo el invierno larguísimo con unas temperaturas tan bajas que el campo se heló. Mamá conejo los arropaba con aquel abrigo gris tan caliente. Echaban de menos las correrías por el campo, las hierbas tiernas, los días soleados, cuando se aprovechaba para pasar un rato con los amigos o pasarse por la escuela, donde aprenden a reconocer las hierbas más nutritivas. Entonces llegó la lluvia y todos saltaron de alegría pensando que, ¡por fin!, crecerían las plantas y que pronto llegaría el sol del verano.
Un día, papá conejo llamó a toda su prole con su silbato, pues había algo que celebrar: mamá conejo les había traído cinco hermanitos y todos excepto uno parecían estar muy felices: Teresa, en nuestra casa, nos hizo conejo al ajillo.
Bien relacionada la felicidad de la familia Conejo y la felicidad gastronómica! Gracias Almudena por tu cuento. Un beso
ResponderEliminarTan divertida como siempre, Almudena. Tu sentido del humor te hace única, jejeje.
ResponderEliminarUn abrazo.